Matador

 
 
“Y un falo, un monstruoso falo colgado de la lanza de la bandera nacional.”
 
Y levanté las manos. Estaban todos como enceguecidos: El vino,  el ruido, la luz, los colores, las armas, los caballos, los uniformes, las trompetas y los clarines. Las personas, los pañuelos, la distancia entre mis piernas y la arena. Un sol que parecía una luna. Bajé las manos. Las piernas de un varón con la espada montada, a tumba abierta. Banderillas a topa carnero, al sesgo, al trascuerno o al recorte. Toros de cinco o seis años, íntegros, en la plenitud de su fuerza. Tercos como me toca ser a mí en esta tarde, sentada en el centro del bullicio, mirando a un punto fijo como el eje invisible del mundo.  Un globo terráqueo con un dedo que lo gira y selecciona al azar una destinación equivocada. Ser cabeza dura es lo que me toca, no poder mirar para otro lado.
Ella.
Este es el reverso mezquino del amor, querer que quieran los que no quieren. La suerte de recibir. El corazón guardado en un frasco de alcohol. Alcohol que debería tragar. Quemar la garganta a cambio de otra cosa como se hace en un conjuro, como en un pacto. Forzar al globo terráqueo a correr el eje de una trompada. Arrancar el eje y dejar pasar por el centro de la tierra las estrellas.
Esto no es amar, es estar sola.
 
 
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n.º 14: El diestrísimo estudiante de Falces, embozado, burla al toro con sus quiebros.
-Treinta y tres estampas taurinas inventadas y grabadas al aguafuerte por Francisco de Goya.-